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Su muerte

Vocación
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La causa de beatificación
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El día en que Dios lo recogió fue muy significativo, el 6 de enero, fiesta de la Epifanía, cuando el pueblo cristiano celebra a los Santos Reyes.

La noticia se propagó con inusitada rapidez por todo Monterrey, no únicamente entre los feligreses y entre los católicos, sino en toda la ciudad, provocando lágrimas y lamentos. Creyentes e incrédulos se hicieron presentes en las honras fúnebres y en el entierro, cuyo cortejo cubría más de veinte cuadras.

El padre Jardón recibió el tumultuoso plebiscito de admiración y cariño de toda la ciudad. Y ese pueblo sencillo y fiel sigue desbordándose en testimonios de gratitud y cariño hacia el padre Jardón, sacerdote que en su vida solo tuvo amor, bondad y caridad sin límites para sus semejantes.

La Fama de Santidad

“Partió en madura plenitud de santidad; el que se sentía pobre pecador, voló a las manos paternales del Señor, el que dilapidó riquezas, el que lo dio todo a sus pobres y en su muerte recibió el tumultuoso “plebiscito” de admiración y cariño, superado solamente por el que Monterrey rindió años atrás al Dr. Gonzalitos, otro amigo y protector de los pobres y necesitados...” Así se expresó el Pbro. Carlos Álvarez, durante la homilía en la celebración Eucarística conmemorativa del aniversario número 55 de su muerte y mientras fuera el Postulador de la Causa de Beatificación del Siervo de Dios,

El padre Raymundo Jardón falleció el 6 de enero de 1934. “...Muy tempranito, esa mañana —comenta Jesús Márquez Morales— vi subir por las escaleras que conducían al segundo piso de la casa de ladrillo rojo —calle Ocampo N° 817, ahora calle Padre Raymundo Jardón— al padre Jesús Sandoval, que en los últimos días había estado viniendo a esa hora con la comunión para el Padre Jardón, a causa de estar recluido por su enfermedad, que desde el día de Año Nuevo le había hecho crisis. Casi inmediatamente el padre Sandoval bajó las escaleras muy de prisa —él fue el primero en descubrir el fallecimiento del Padre Jardón— y siguió hasta la Catedral, casi corriendo, a dar aviso a los superiores y a buscar ayuda médica, aunque ya nada podía hacerse...” El médico que extendiera el certificado de defunción, Dr. José Iglesias Garza, anotó como causa de su muerte un “hidroma agudo de la rodilla izquierda”, lo que comúnmente se conoce como flebitis y dolencias cardiovasculares. La hora estimada del fallecimiento fue a las 5:00 a.m. según el dictamen médico.

Jesús Márquez Morales, quien junto con Lorenzo Morales fueron los primeros dirigentes de la Sociedad de Amigos del Padre Jardón —que es la Actora en la Causa de Beatificación del Siervo de Dios— comentó el hecho en calidad de testigo presencial, pues él residía en la casa del Padre, junto con su madre y su hermana mayor, quienes se hacían cargo de la casa que con mucha frecuencia era albergue, desayunador y refugio de personas menesterosas que precisaban de ayuda para sus cuerpos y almas, y de otras muchas no tan menesterosas, pero que sanaban sus heridas del alma con la plática, el consejo y las oraciones de aquel sacerdote humilde, insignificante y siempre presto a darse a todos los que lo buscaban.

“Entre los fieles, la desaparición del Presbítero Jardón causó una verdadera pena —así lo señalaba al día siguiente la nota periodística de uno de los principales diarios de la ciudad— porque el extinto les era familiar tanto por el tesoro inagotable de sus bondades como por su característica modestia, que lo hacía vivir en perpetuo contacto con todos aquellos que hacían sus prácticas religiosas en Catedral, sin distinción de categorías sociales... Era su mano, la mano amiga pronta a restañar heridas, consolar lágrimas y a proteger orfandades, mano generosa movida siempre por el impulso noble del corazón de presbítero, pródigo en ternuras y en consuelos para aquellos que acudían a él en busca ya del bien material, ya del espiritual...”.

Sus funerales fueron un verdadero plebiscito de un pueblo que sin temor a presiones o represalias, quiso expresar el cariño y gratitud a un sacerdote de Cristo, que había entregado su energía y sus preocupaciones por la salvación y santificación de los fieles que Dios le había encomendado.

Los grupos juveniles de Catedral permanecieron en guardia permanente ante su féretro donde descansaban los restos del que fuera su guía y formador. La bandera de la ACJM acompañó al funeral hasta la tumba del Panteón de Carmen.

Su cuerpo fue velado en la Catedral. Aquí vemos cuando sale rumbo al panteón entre la multitud agolpada en el atrio.

El cortejo lo formaron más de trescientos vehículos que en fila desde Catedral, transportaban a muchísimos fieles que quisieron estar en el panteón para el “último adiós” a quien había sido su párroco y confesor.